En la vida de Isabel Cristina Gómez Navas
Isabel, residente de Barichara desde hace 30 años, es una mujer llena de relatos, historias y memorias. En esta ocasión nos comparte algunos fragmentos de su vida y cómo, de manera inesperada terminó protagonizando dos cortometrajes filmados en el campo y en el pueblo bajo la dirección de Alexandra Galindo Moreno.
La Giraldilla
Sinopsis: Una mujer septuagenaria tiene un encuentro cara a cara con las decisiones que ha tomado en su vida. La cotidianidad es su espejo. Altos y bajos en una cuenta regresiva.
El Bastón de Esculapio
Sinopsis: El hospital antiguo de Barichara es el escenario que cuenta la historia de María Ofir Saavedra, una enfermera que laboró allí por muchos años. Su mirada a este sitio en ruinas honra las vidas de los que pasaron por ahí.
Toda una vida por contar
Además de conversar con Isabel sobre su participación en los cortometrajes también nos habló de lo que fue, es y ha sido su vida en Barichara.

Isabel Cristina con el galardón de SmartFilms 2023
Para mí todo comenzó como un juego que nació de la amistad con mis vecinas. Cuando me propusieron participar en las grabaciones sentí emoción, como si se tratara de un juego nuevo, una oportunidad para atreverme a hacer algo distinto. Me descubrí más a mí misma. Actué de manera natural y espontánea, y puse a disposición lo que tenía: la casa, el nombre, el carro y lo que hiciera falta. Nos divertimos muchísimo. Me sorprendió mi propia ductilidad; nunca me había visto en esa posición frente a un director. Fueron quince días divertidos y maravillosos.
La Giraldilla salió muy espontáneo, en cambio, el Bastón de Esculapio fue distinto; me costó más trabajo porque el guión no permitía la misma espontaneidad. Ese sí me dolió porque vi y sentí mucha desidia y abandono.
A mi hija y a mi familia les encantaron los dos cortos. Todos votaron cuando participaron en el festival. Ellos estaban muy contentos de mi osadía y más aún cuando ganamos. Después de que algunos los vieran en el pueblo entre ellos mi peluquero que, desde ese entonces, me saluda diciendo: ¡Quiubo Bastón de Esculapio! Eso me hace reír muchísimo.


Llegada a Barichara en 1995
Llegué a vivir a Barichara hace treinta años. Soy madre soltera. Mis papás vivían aquí y yo estaba sola criando a mi hija en Bucaramanga. Tenía dos empleos, una vida agitada y miedo de que mi hija creciera sin mi presencia. Cuando veníamos de vacaciones, ella decía que aquí se sentía libre, que podía salir sin tener que coger mi mano, que podía ir a la tienda tranquila.
Las necesidades en Barichara eran distintas, los gastos, las expectativas. Estaba agobiada por la vida en la ciudad. Mi hija ya creció, vive fuera del país y no ve la hora de volver. Guarda recuerdos lindísimos de su infancia y la vida en la casa de los nonos.
Lo que fue y lo que más extraña
Lo que más amaba de Barichara, y que ahora extraño muchísimo, era la facilidad de relacionarse con la gente del pueblo: su calor humano, la paz, la tranquilidad. Lo rústico, el temperamento, la espontaneidad. Todo eso se ha ido acabando por la gentrificación.
Recuerdo salir a caminar a las seis de la tarde y ver a todo el pueblo afuera, sentados en las puertas de sus casas, tranquilos, sin escándalos, sin gente extraña. Extraño el contacto directo, la sencillez, el no necesitar nada para sentarse a conversar en las tiendas, la panadería, el camino hacia la plaza de mercado donde mercar era toda una aventura los domingos.
Todos estábamos en la misma tónica. El pueblo era más contemplativo y armonioso. Ahora todo es tan distinto.
Lo que aún disfruta
Pero todavía hay mucho por disfrutar. Mi casa tiene vista hacia el Cañón. Paso el día contemplando ese paisaje, las montañas azules fantásticas, los atardeceres. Oír los pájaros que vienen por la mañana y otros distintos por la tarde. Los ruidos del campo; la vaca, el gallo, el viento, el agua.
Nunca pensé echar raíces aquí, pero al venir a vivir con mi hija todo cambió. Una piensa únicamente en el bienestar de los hijos. Valió la pena venir, por la tranquilidad con la que ella creció y con la que yo también he vivido.
Aquí tuvimos la oportunidad de no estar aisladas del mundo porque nos relacionamos fácilmente con los visitantes, actores, escritores, artistas y pintores. Yo pensaba: ¿dónde más vamos a tener esa oportunidad de contacto social? Eso nos gustó mucho, relacionarnos con la gente de aquí. Lástima que ya queda muy poca. Mi tendencia es hacia el campesino, hacia la gente auténtica. Eso me ha mantenido aquí.
Costumbres que se van perdiendo
Las costumbres bonitas del pueblo han ido desapareciendo. Recuerdo cuando la buseta que iba a San Gil salía cada dos horas y daba la vuelta al parque pitando y alguien en la puerta gritaba: ¡San Gil, San Gil! Me encantaba porque uno podía subirse desde cualquier esquina. Hasta que alguien puso una tutela porque le fastidiaba el pito.
Igual pasó con las campanas de la iglesia por un tiempo, dejaron de sonar, las campanas que nos marcaban la hora. Me acuerdo de la señora de las papayas, que venía desde Guane cargando un bulto y caminaba todo el pueblo vendiéndolas. Era un estilo de vida vivaz, auténtico, muy de pueblo. Todo eso se ha ido desdibujando. Barichara se volvió igual a muchos lugares.

Isabel Cristina caminando por la Calle Real
Los presentes que quedan
Me gusta caminar por las calles cuando el pueblo está tranquilo. Ver los paisajes al subir a Santa Barbara o El Mirador. Disfruto el silencio, la tranquilidad, la seguridad de saber que nadie invade mi espacio, el poder estar desprevenida.
Consejo para los jóvenes y quienes sueñan con envejecer en paz
Cuando uno es joven no se da cuenta de que se está envejeciendo. Una vez vino un amigo adolescente y me preguntó: Isa, ¿en Barichara hay casa de reposo? Le dije: si, varias. ¿Varias? Claro, le dije, cada cual tiene la suya propia. (Risas) Eso es magnífico para la vejez. Pienso que a muchos que llegan aquí les cambia la vida: se vuelven más sencillos, se bajan del pedestal, sueltan la carga.
Pero a los jóvenes les digo que no suelten tanto, porque pierden su arraigo. Que conozcan más el lugar, su esencia y su historia. Que no quieran convertir a Barichara en una ciudad cosmopolita. Que aprovechen los talleres de oficios, que aprendan del maestro de obra, del carpintero, del picapedrero. Que no dejen morir esos oficios, que también se están acabando. Que respeten la cultura ajena y no impongan sus creencias, sus costumbres, olvidando la raíz.
El despojo y la claridad
Yo me he despojado de muchas creencias falsas. Me he acercado a la naturaleza, a respetarla y respetar el entorno y la sencillez de lo cotidiano. Aquí uno puede evitar el conflicto, puede soltar lo que atormenta. Aquí se puede encontrar el camino, aquí todavía existen opciones.
Xemáforo Producciones
Productora de los cortometrajes La Giraldilla y El Bastón de Esculapio